LAS APUESTAS INTANGIBLES DE LA PAZ
La familia Loaiza Ospina la conforman nueve personas, los papás, tres hijos, dos de ellos ya casados y con dos hijas y el menor. Aunque viven en la misma parcela de la vereda El Limón, corregimiento de Gaitania, Planadas, sur del Tolima, en las 2.5 hectáreas que conforma la finca hay espacio para todos.
Los Loaiza hacen parte de la Asociación Acedga, que a través de la caficultura ultra sostenible – certificaciones de los sellos de calidad Rainforest Alliance, Orgánico y comercio justo, buscan mejorar no solo sus ingresos, sino apostarles a prácticas de gana a gana donde se dignifica el trabajo de los campesinos.
La iniciativa beneficia de manera directa a 67 caficultores que hablan ahora de sus empresas, ya no de fincas, hablan de economía sostenible, del cuidado del medio ambiente, de lo orgánico, de lo especial, y todo gracias al trabajo de los técnicos de la Cooperativa de Caficultores del sur del Tolima, Cafisur, entidad que acompaña todo el proyecto que tiene una inversión de más de $1.180 millones de pesos, de los cuales 603 millones de pesos son los aportes a través del BID y 577 millones de pesos como contrapartida.
En la parcela de los Loaiza lo que usted quiera comer lo consigue en la misma finca y nos impresionó porque cuando los técnicos de Cafisur en compañía del periodista del Fondo Colombia en Paz los visitaron, exigieron que antes de iniciar con la entrevista tenía que almorzar en su mesa. Aunque hubo resistencia no pudimos decir no, y empezó el verdadero festejo de la autosostenibilidad no desde el verbo, sino desde la práctica.
Doña Mayerly, la matrona del hogar, le dijo a una de sus nueras que fuera a la huerta por unas cebollas, un repollo, y otras cositas para la ensalada. Su esposo, don José preguntó, ¿qué quieren: pollo o pescado?, era más fácil fritar pescado. Caminamos unos metros y llegamos al pequeño lago donde tienen cachama y mojarra. Hurgaron un poco la tierra y las lombrices pululaban de la tierra, para el anzuelo, y empezaron a sacar las mojarras con esas cañas medio improvisadas.
Mientras recorrimos parte de la parcela, su hijo José Loaiza Ospina nos habló de la satisfacción que le producen las charlas que dictan los técnicos de Cafisur, cómo estandarizar la calidad del café en el 100% del predio, cómo implementar el fortalecimiento comercial o mejorar las prácticas de producción y beneficio, reforzando ese otro objetivo de aumentar la capacidad organizacional, por eso sus fincas son pequeñas empresas y así lo entienden y lo explican todos los miembros de la familia.
No es que yo reciba la capacitación y venga a imponer lo que nos explican, no señor, nos dice José que vive con su esposa e hija de 3 años en la casa contigua, pero dentro de la misma finca. Se abre la discusión entre todos los integrantes de la familia, se expone de acuerdo con los apuntes y entre todos decidimos que va a pasar, cuáles son las practicas que debemos cambiar, porque el cambio de actitud debe ser de todos, sino no hacemos nada, dijo Loaiza hijo.
En otro de sus partes indicó que “nosotros hacemos las cosas con amor, no porque no toque, se hace dejando todo en el campo, por eso resultado es bueno”. José vive en una Planadas diferente donde se respira paz, atrás quedó cuando tenía cinco años y vivía en el cruce de balas, de los unos contra los otros.
Esa primera vez no la olvida porque soñó con el muerto durante una semana, una imagen a su corta edad casi no la puede borrar dice doña Mayerly a quien le dijeron que si tocaba los muertos en el terreno jamás se le aparecerían ni en el sueño. Hubo un día que tocó tres cuerpos y con la inocencia del infante no se enteró sino tiempo después que estuvo en peligro.
Somos una empresa autosostenible, nosotros no somos una familia que tenga muchos recursos, entonces nos hemos visto en ocasiones contra la pared, de ahí mi papá y mi mamá dan ideas y entre todos colocamos ideas para tratar de ver que es lo mejor que podemos hacer y optimizamos los recursos.
Los Loaiza lo que no tienen para comer tratan de sembrarlo en su parcela donde los químicos no tienen cabida, todo se reúsa o reutiliza, lo que sobra es abono para algo de la misma finca y ahí nuevamente para el consumo propio, salvo el café, son más de tres mil palos que les sirve para las necesidades propias de la famiempresa, al final del año para repartir los excedentes o para ahorrarlos.
Su sueño es tener una fábrica de abonos orgánicos dentro de la finca para aplicarlo no solo en sus cultivos sino en la de sus vecinos, parcelas a las que apoyan cuando necesitan mano de obra el papá, los tres hermanos y las dos nueras, todos expertos en manejo de finca.
El almuerzo fue una sopa de sancocho, acompañada de ensalada y mojarra frita, con limonada; de todos los productos que había en el plato, el arroz y el azúcar, era lo único que no se producía en la finca, y aunque para ellos el dinero es importante, lo fundamental es el trueque, practica ancestral para conseguir el resto de elementos que requieren en el hogar cada vez que bajan al mercado central en el corregimiento de Gaitania.
Y toma la palabra José papá, nos aclaró que no quiera decir que no tengan los recursos mínimos para vivir con lo necesario. Trabajan en las fincas y obtienen el dinero para el pago de los servicios públicos, o para el internet, porque mes a mes siempre están al día en sus obligaciones. Es cierto, no les falta nada.
Recalcó que cultivan para su consumo todo, pero natural, sin químicos “los residuos de los conejos, de las gallinas, las lombrices, las plantas que tenemos en la huerta son sanas, 2,5 hectáreas con cebolla tomate, aguacate, piñas, pitaya, guanábana, chirimoyas, el café, plátano, yuca, sábila; gallinas, peces, curíes, palomos. Ayúdeme “mija” dice don José, y ella nos habla de las plantas medicinales con las que cuentan: acetaminofén, manzanilla, pronto alivio, albahaca… no tendremos plata, pero lo tenemos todo vuelven a reiterarnos.
Los Loaiza esperan que los cultivadores que están en la parcelas vecinas y que no hacen parte del proyecto sigan sus prácticas eco sostenibles, al fin y al cabo, todo parte del ejemplo, y por eso desde el discurso que llevan a sus vecinos cuando trabajan en sus terrenos empieza a calar, son esas apuestas invisibles de la paz total que se respira en la cordillera central, se respira en Planadas, el tercer productor de café en Colombia.
Es hora de partir, la familia recoge los pocos desperdicios del almuerzo que serán usados en diferente lugares de la finca, las nietas empiezan a correr por la parcela, con la seguridad de estar protegidas por su familia en un lugar donde no hay fronteras, no están pegadas a un celular o a una Tablet, empiezan a corretear las gallinas o divisar el horizonte donde no hay fronteras.
La fortuna de los técnicos del BID o de Cafisur no serán capitalizadas en los balances de estas organizaciones, que como el Fondo Colombia en Paz, tratan de desarrollar estos proyectos a un 100% desde los indicadores que se plantean, pero que al final cuando se ponen en la mesa, resultan poderosas apuestas de paz donde la esperanza hace que todo sea posible, como desde el ejemplo nos lo mostró la familia Loaiza Ospina en esa pequeña parcela enclavada en la cordillera central de Colombia.
Por Oscar Viña Pardo